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jueves, 30 de septiembre de 2010

COMPRA LA VERDAD Y NO LA VENDAS

"¿Qué es la verdad?" (Juan 18:38). Pilato, con la conciencia intranquila, habiendo hecho esta pregunta a Jesús y sin esperar su respuesta, salió para intentar desviar al pueblo de sus intenciones homicidas; todos estaban bajo el poder de Satanás, padre de mentira y homicida desde el principio (Juan 8:44). Y poco después el pueblo gritó: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!".


La pregunta quedó formulada; en todos los tiempos, los sabios de la tierra han intentado en vano resolverla sólo con los recursos de su mente. Esta pregunta debería atormentar cada vez más al mundo, si su jefe no lo sedujera para arrastrarlo hacia el juicio eterno. Pero tiene una respuesta para toda alma que se inclina, poí la fe, ante la triple declaración de Jesús:

"Yo soy... la verdad"(Juan 14:6). "Tu Palabra es verdad" (Juan 17:17). "El Espíritu es la verdad" (Juan 5:6).

Aquel que cree en Jesucristo, por quien vino la verdad:

- es liberado del dominio de Satanás y de los engaños de los hombres: "Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error"(Efesios 4:14);

- conoce la verdad y ésta lo libera: "Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres"(Juan 8:32);

- está en el Verdadero: "Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocerá! que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna" (1 Juan 5:20);

- la verdad está en él: "A causa de la verdad que perma¬nece en nosotros, y estará para siempre con nosotros" (2 Juan 2); y él está en la verdad: "Le dijo entonces Pílato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz" (Juan 18:37);

- anda en la verdad: "Mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad" (3 Juan 3);

- escucha la voz de Jesús, la voz de la verdad: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen" (Juan 10:27).

¡Qué gracia, pues, creer la verdad! Todos los que no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la mentira, serán condenados (2 Tesalonicenses 2:12).

¿Cómo comprar la verdad?

Esta compra excluye, no hace falta decirlo, la idea de un precio que hay que pagar, de una suma que hay que desembolsar. La plata no se pesa para comprar la verdad (Job 28:15); ningún recurso humano permite su adquisición. Sólo la fe permite poseerla, con la salvación que Dios da en Jesús, su don inefable (2 Corintios 9:15).

-¿Entonces no hay que hacer ningún sacrificio para esta bienaventurada adquisición? ¡Por supuesto que sí! Primeramente un renunciamiento de todo el ser, que se somete, según la obediencia de la fe (Romanos 16:26), a la acción del Espíritu de verdad. Entonces, de su propia voluntad, Dios opera en el alma este nacimiento por la palabra de verdad (Santiago 1:18). Es la conversión.

Pensemos en el apóstol Pablo, interpelado por Cristo en el camino a Damasco. Si conocemos un poco nuestro corazón, comprenderemos el sentido de la frase del Señor: "Dura cosa te es dar coces contra el aguijón" (Hechos 26:14). Pablo debía abandonar toda justicia propia que exalta al hombre, en la cual se complacía (Filipenses 3:4-9).

Este es el precio que todos debemos aceptar para que nos sea posible comprar la verdad.

¡Cuántas personas tropiezan ante la necesidad de estimar como "basura" (Filipenses 3:8) lo que forma el orgullo de su vida, recta a sus propios ojos! ¡Nada más que basura! ¡Qué menosprecio por su esfuerzo hacia el bien, por su conducta digna, por la consideración de los demás, en los cuales hasta ahora estaban satisfechas!

Pero al estimarnos como "basura" concordamos con el Dios justo y santo, quien nos muestra nuestro estado de muerte en nuestros delitos y pecados. Esta convicción de pecado es aún el trabajo de Su gracia en nuestros corazones. Tal es la primera condición para la adquisición de la verdad. Acudimos, sin recursos propios, despojados de toda pretensión, desprovisto de todo bien según Dios, y aceptamos lo que Dios declara: "No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios" (Romanos 3:10).

Entonces también se hace oír la voz de Jesús: "Venid a mi, y yo os haré descansar" (Mateo 11:28). En ese momento Dios puede decirnos: "Dame, hijo mío, tu corazón"(Proverbios 23:26). Es como una segunda condición que él pone; y si bien es lo único que nos pide, esto deja a un lado todo el atractivo que el mundo presenta a nuestros corazones, porque agrega: "Y miren tus ojos por mis caminos".

Dar su corazón... A menudo se usa esta expresión de los Proverbios para hablar de la conversión. Pero una verdadera conversión no es solamente la adhesión a una enseñanza bíblica; no puede desprenderse de un simple acercamiento del corazón producido por el Evangelio. No, porque dar el corazón a Dios, al Salvador, implica lo que el Señor dijo al joven rico: "Vende todo lo que tienes... y ven, sigúeme, tomando tu cruz" (Marcos 10:21). Es el renunciamiento a lo que hasta ahora ha dominado el corazón; es la obediencia a la verdad.

Así uno compra la verdad; todo el ser es asido por Cristo y, desde entonces, desea apegarse a él, aceptando también la carga de su oprobio y del desprecio del mundo.

Dar su corazón es más que la intención de nutrir la imaginación o de progresar en la ciencia religiosa. Si no damos verdaderamente todo nuestro corazón a Jesús, para conocer en él la verdad y andar en la verdad, podemos estar seguros de alinearnos entre los que siempre aprenden sin llegar jamás al conocimiento de la verdad (2 Timoteo 3:7). Es un estado de alma engañoso y lleno de peligros.

¡No vender la verdad!

Pero Proverbios 23:23 también presenta un deber en cuanto a la verdad: "No la vendas". Esta orden, ¿se refiere Únicamente al hecho de que el Señor dijo: "De gracia recibisteis, dad de gracia" (Mateo 10:8), y: "Más bienaventurado es dar que recibir" (Hechos 20:35)? El apóstol presentaba "gratuitamente el evangelio" (1 Corintios 9:18). ¿Acaso era para cerrar la boca a los incrédulos, inclinados a decir: «El cristianismo es una religión de dinero; siempre se nos pide dar, incluso para tener un lugar en el cielo»? No, pues sería anular lo que Dios dijo y repite: "Venid... los que no tienen dinero... Venid, comprad sin dinero y sin precio" (Isaías 55:1). La salvación es el don de Dios en Jesús, quien es él mismo el don de Dios.

¿Cuál es, pues, el sentido de esta orden relacionada con la verdad: "No la vendas"? En el campo de las cosas terrenales uno no se desprende, ni siquiera por un gran precio, de aquello que quiere mucho; a menudo el corazón se apega incluso a los objetos materiales como si éstos tuvieran un alma. Se evocan muchos recuerdos, el querido pasado tiene tanto valor para el corazón... ¿Vender la verdad? Instintivamente, el fiel se niega a hacerlo. Sin embargo, tengamos cuidado, porque hay tantas maneras de manifestar que la verdad, después de todo, no nos es tan preciosa como lo afirmamos con palabras.

Recordemos a este respecto los más humillantes ejemplos de la Palabra: Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas. ¿En aquel momento de cansancio producido por las faenas de la caza, qué le importaban las promesas hechas a Abraham y la espera de "la ciudad que tiene fundamentos"? Perdió todo derecho a la bendición, por lo cual fue desechado, aunque la buscó con lágrimas (Hebreos 11:10; 12:16-17). Judas, en quien Satanás iba a entrar, ya había concluido con los hombres religiosos y los jefes del pueblo, el abyecto trato: por treinta piezas de plata vendió al Justo (Amos 2:6) y entregó la sangre inocente. Por trescientos denarlos hubiera vendido el perfume de María, que era de un valor incalculable para el corazón del Salvador. Estos son los solemnes descarríos del incrédulo o del corazón manchado con la horrible lepra del amor al dinero. Los creyentes igualmente estamos expuestos a faltar, aunque en menor grado; y esto sería un real menosprecio de la verdad y de las riquezas que ella contiene en Jesús.

Podemos estar inclinados a venderla, como al por menor, por ejemplo, desconociendo el valor de congregarnos en torno al Señor, menospreciando su día santo al andar en nuestros propios caminos (Isaías 58:13-14), buscando distracciones y goces mundanos en lugar de los beneficios de su Presencia en medio de los suyos. "No dejando de congregarnos", exhorta el apóstol (Hebreos 10:25).

Temamos que nuestros corazones se aparten de la verdad que está en Cristo Jesús. Manifestar indiferencia a su respecto o abandonar aunque sea una parte, sería vender la verdad. Mantengamos nuestras almas purificadas "por la obediencia a la verdad" (1 Pedro 1:22).

"Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón" (Proverbios 4:23). Querido hermano o hermana, no olvide esta exhortación. Si usted verdaderamente ha entregado su corazón al Señor, ¿lo dejaría atar uniéndose, sea a los incrédulos -lo que sería la peor manera de vender la verdad en vez de estarle sumiso- sea incluso a cristianos, quienes lo llevarían fuera del sendero de la fe trazado por Dios en medio de la confusión que reina en la cristiandad profesante, es decir, sin la vida?

¡Cuántas vidas malogradas existen por falta de la comunión en Dios y con Dios, y cuántos ejercicios dolorosos en el hogar, día tras día! ¡Que el Señor lo guarde!; ¡no venda la verdad a la cual usted debe estar sumiso, cuando la Palabra le ordena que no se una "en un yugo desigual"! (2 Corintios 6:14-15).

Además, para nosotros, hoy en día, es grande el peligro de conceder a la verdad menos precio del que tuvo para los que nos precedieron en el camino de la fe. Aquellos, por su fidelidad, trabajaron para edificar "un muro" (Ezequiel 13:5) para salvaguardar sus almas y las nuestras. En su tiempo compraron la verdad, poniendo el conocimiento de la verdad según Dios por encima de los lazos, aunque muy estrechos, que los unían a otros. Con verdadero dolor en el corazón, esos creyentes fieles se apartaron de la cristiandad profesante, por obediencia al Señor, para hallarlo fue¬ra del campamento (Hebreos 13:13).

Ahora nos corresponde cerrar las brechas en este muro que hemos dejado abrir en lo concerniente a nuestra seguridad, en cuanto a ese testimonio que debemos dar al Señor.

Todos tenemos que velar sobre nuestras almas. No vendamos la verdad que era tan preciosa para aquellos fieles creyentes a principios del siglo diecinueve.

Podemos comprender un poco que los corazones de aquellos creyentes fueran asidos por la verdad, al constatar lo poco que quedaba de la verdadera enseñanza evangélica. ¡Qué pobreza espiritual en lo que era predicado: un evangelio privado de toda su divina sustancia, carente de la predicación de la cruz! ¡Esas almas despertadas tenían hambre de la Palabra de Dios y sed de la verdad!

Entonces, Dios suscitó a hermanos piadosos, mentes esclarecidas mediante los cuales él obraba, apartándolos de toda organización humana, consagrándolos al bien del rebaño, presentando a Cristo como alimento. Entonces todas las verdades que emanan de Su obra y conciernen a Su persona, en la espera de Su regreso, fueron recibidas con gozo y diligencia por esos corazones cuyo caminar en la senda de la verdad nos es todavía propuesto como ejemplo (Hebreos 13:7). Y todavía nos beneficiamos de su fidelidad.

No cedamos a un pesimismo que olvidaría la gracia del Dios fiel. Quizás nos oprime el sentimiento de los esfuerzos redoblados del Adversario para perjudicarnos. Él siempre tratará de hacernos menospreciar la Palabra, nuestro verdadero tesoro. Por lo tanto, pongamos cada vez más atención en el mandato divino: "Compra la verdad, y no la vendad'.

Articulo escrito por L.G., en el boletín PARA TODOS, numero de los meses de Julio-Agosto del 2010, publicado por Ediciones Biblicas. Usado con Permiso.

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